La pesadilla de Polanyi

Alejandro Nadal
30/11/2018
Para entender el daño que el neoliberalismo ha causado en nuestras sociedades, es bueno tomar algo de distancia histórica. La perspectiva desde horizontes temporales largos permite cuestionar los mitos y leyendas que impiden una crítica certera sobre la economía de mercado y el capitalismo. Un vistazo al pasado ayuda a comprender que las heridas en el tejido social no son superficiales y que se acompañan de una peligrosa mutación hasta en la misma forma de pensarnos.
Lo primero que enseña la perspectiva histórica es que la sociedad de mercado no siempre existió. Este es el hallazgo fundamental de Karl Polanyi, autor de la obra magistral La gran transformación. Si bien los mercados eran conocidos desde finales de la llamada edad de piedra, las relaciones puramente mercantiles estaban acotadas por otro tipo de relaciones sociales que no tenían nada que ver con precios y mucho menos con una finalidad de lucro. Para decirlo en palabras de Polanyi, no es lo mismo una sociedad con mercados que una sociedad de mercado.
Ninguna sociedad puede sobrevivir sin un sistema económico. Pero el sistema económico basado en la idea de un mercado autorregulado es una novedad en la historia. En la antigüedad existieron mercados de todo tipo de bienes, desde telas y sandalias hasta utensilios y alimentos. Había precios y monedas. Pero las relaciones mercantiles estaban sumergidas en una matriz de relaciones sociales cuya racionalidad no era obtener ganancia o beneficio económico. Como dice Polanyi, aquellas relaciones mercantiles estaban encasilladas en otro tipo de relaciones sociales.
Las cosas cambiaron hace unos 200 años. La sociedad del siglo XVIII fue testigo de este portentoso cambio y le saludó como si se hubiese alcanzado la cima de la civilización. La admiración creció con el mito de que culminaba con esa transformación un proceso cuyo motor era una supuesta propensión natural de los seres humanos al trueque
, para usar las palabras de Adam Smith. Esa creencia es la que anima la mitología sobre una evolución natural que condujo a la sociedad de mercado.
La realidad es que no hay nada natural en la expansión del tejido mercantil. En los poblados y las ciudades de la Europa medieval el comercio era visto con recelo y como amenaza a las instituciones sociales. Por eso se le regulaba de manera estricta, con la obligación de hacer públicos los detalles de precios y plazos para cualquier transacción mercantil y la prohibición de utilizar intermediarios. Además, se mantuvo una separación rigurosa entre el comercio local y el de largas distancias. Los comerciantes dedicados a estas últimas actividades estaban inhabilitados para ejercer el comercio al menudeo. Los mercados fueron siempre una dimensión accesoria de las relaciones sociales.
La aparición de estados unificados territorialmente impulsó la destrucción de las barreras proteccionistas de los poblados y primeras aglomeraciones urbanas, además de proyectar la política del mercantilismo a un primer plano. Así se abrió la puerta a la creación de mercados nacionales. Si las relaciones de mercado llegaron a cubrir con su manto toda la trama de relaciones sociales, eso fue resultado de la acción del poder público o de lo que Polanyi llamó estímulos artificiales
, no de una pretendida evolución natural
.
La sociedad de mercado que se impuso a finales del siglo XVIII llevaba en su lógica la necesidad de convertir todo lo que tocaba en una mercancía. Entre otras cosas necesitó de la mercantilización de bienes (como la tierra), que anteriormente no habían sido objeto de transacciones en un mercado. Sólo así podía pretender al título de mercado autorregulado. Cuando llegó la revolución industrial, la sociedad de mercado ya había transformado el entramado de relaciones sociales que había imperado en Europa. El capitalismo nacido en las relaciones agrarias en Inglaterra completó el proceso al convertir al trabajo en mercancía y en otro espacio de rentabilidad.
El neoliberalismo y la globalización de los pasados tres decenios también se impusieron por la acción del Estado. Y lo que antes había sido visto como una amenaza para las instituciones, se convirtió en una realidad tóxica para el tejido social. Todo lo que nos rodea y hasta nuestro mismo cuerpo se ha transformado en espacio de rentabilidad para las relaciones mercantiles. La peor pesadilla de Polanyi se hizo realidad.
Sobre las espaldas de una teoría económica recalentada y refuncionalizada para servir de sustento ideológico, el neoliberalismo ha dependido de la astucia del capital para crear nuevos espacios de rentabilidad. Las fuerzas del mercado general han deformado las instituciones sociales y han creado una cultura del sentido común que cada día nos aleja más de la humanidad y del universo. Han forjado una cultura popular que gira alrededor de la competencia y del individualismo posesivo con consecuencias nefastas para los grupos más vulnerables. La historia del neoliberalismo es una pesadilla de la que nos urge despertar.
Fuente:
Lo que denominamos, para abreviar, “situación fascista” no era otra cosa que la ocasión típica de victorias fascistas fáciles y completas. De repente, las tremendas organizaciones industriales y políticas del trabajo y de otros devotos defensores de la libertad constitucional se derretirían, y las diminutas fuerzas fascistas ignorarían lo que parecía hasta entonces la fuerza abrumadora de los gobiernos democráticos, los partidos y los sindicatos. Si una “situación revolucionaria” se caracteriza por la desintegración psicológica y moral de todas las fuerzas de resistencia hasta el punto en que un puñado de rebeldes armados con escasa capacidad pudieron asaltar los bastiones de reacción supuestamente inexpugnables, entonces la “situación fascista” era su completo paralelo, excepto por el hecho de que aquí los baluartes de la democracia y las libertades constitucionales fueron atacados y sus defensas se encontraron deficientes de la misma manera espectacular. (239)
En su lucha por el poder político, el fascismo es totalmente libre de ignorar o usar los problemas locales, a voluntad. Su objetivo trasciende el marco político y económico: es social. Pone una religión política al servicio de un proceso degenerativo. En su ascenso excluye muy pocas emociones de su orquesta; sin embargo, una vez victorioso, excluye a la banda de vagones de todo menos un grupo muy pequeño de motivaciones, aunque también son características muy características. A menos que distingamos entre esta pseudo intolerancia en el camino al poder y la genuina intolerancia en el poder, difícilmente podemos esperar comprender la diferencia sutil pero decisiva entre el simulacro nacionalismo de algunos movimientos fascistas durante la revolución y el no nacionalismo específicamente imperialista que Se desarrollaron después de la revolución. (241)
La historia económica revela que el surgimiento de mercados nacionales no fue de ninguna manera el resultado de la emancipación gradual y espontánea de la esfera económica del control gubernamental. Por el contrario, el mercado ha sido el resultado de una intervención consciente ya menudo violenta por parte del gobierno que impuso la organización del mercado en la sociedad con fines no económicos. Y el mercado de autorregulación del siglo XIX se convierte en una inspección más cercana a ser radicalmente diferente incluso de su predecesor inmediato, ya que se basó en su regulación del interés económico. La debilidad congénita de la sociedad del siglo XIX no era que fuera industrial, sino que era una sociedad de mercado . La civilización industrial continuará existiendo cuando el experimento utópico de un mercado autorregulado no sea más que un recuerdo. (250)
Sin embargo, encontramos el camino bloqueado por un obstáculo moral. La planificación y el control están siendo atacados como una negación de la libertad. La libre empresa y la propiedad privada se declaran como elementos esenciales de la libertad. Ninguna sociedad construida sobre otros fundamentos se dice que merece ser llamada libre. La libertad que crea la regulación es denunciada como falta de libertad; La justicia, la libertad y el bienestar que ofrece están condenados como un camuflaje de la esclavitud . (256)